domingo, 25 de febrero de 2007

semi-naked

Mi ropa interior no es linda.

En mi cajón suelo tener lo básico: tres o cuatro corpiños de algodón sin push-up ni nada extraño, lisos, blanco, negro, gris. Nada de breteles multicolores ni mucho menos encaje o puntillas.
Las bombachas suelen ser los conjuntos de los corpiños o cosas muy baratas compradas en el supermercado. Cero style.

Pero ahora que estoy por irme a vivir unos meses con gente desconocida, mi madre (una señora bien burguesa cuya peor pesadilla es que sus hijitas queden mal adelante de la gente por cuestiones como esta) me sugirió (o más bien me obligó) a que me compre un par de cosas decentes con tarjeta de crédito. "Porque mirá si alguien te ve recién levantada con un pijama feo".

Fue entonces que me dirigí al centro bajo la lluvia y bajo otras cosas, pensando "compre, compre que papi paga".
Y entre las cositas que me compré, las cuales no voy a detallar, una de ellas fue un pijama. No sé si alguna vez me había comprado un pijama bonito. Pienso que no. Todos eran o hechos por mi abuela o mi tía modista y regalados para Navidad o eran directamente remeras enormes sacadas vaya a saber de dónde. No sabía por donde empezar y tras probarme unos cuantos terminé llevando uno muy sencillo, rosa clarito de algodón, que es una expresión pura de feminidad. Me costó muy caro, bastante más de lo que esperaba gastar, pero igual me lo compré.
Y descubrí una cosa que sucede solo con la ropa interior bonita: el solo hecho de tenerla es un placer. Todo viene envuelto en preciosas cajas blancas con letras plateadas y papel seda que no le importa a nadie que no sea quien lo lleva. Suele ser cara, al menos si aplicamos la regla básica de costo-beneficio.
Todos los detalles son perfectos: la suavidad de las telas, las líneas de las costuras, el raso de las etiquetas, el perfume que traen impregnado.
Cambié de opinión respecto de todo este asunto: antes, cuando veía las publicidades donde hay espectaculares modelos con conjuntos carísimos, imaginaba que las chicas los compran para seducir a sus novios o amantes. Estaba equivocada. La ropa interior es, fundamentalmente, para una misma.

sábado, 24 de febrero de 2007

Imperio que no cae




El arma más poderosa de la moda es, paradójicamente, su frivolidad.

Los cambios son absolutamente superficiales: tres colores nuevos, diez centímetros más a las faldas o siete menos a los ruedos de los pantalones. Los resultados son, sin embargo, sorprendentes. La renovación es rápida y total, es captada al instante, y lo que ayer parecía ridículo hoy es de pronto "lo que hay que tener".

Se ha criticado a la moda y a la atención prestada a la indumentaria de mil maneras distintas y desde múltiples ángulos, muchas veces ridículos. Pues la moda no otra cosa que precisamente, el cambio constante, el juego con los textiles, las formas y las líneas. Pero la suma de las partes no siempre es lo mismo que el todo, y la moda es un claro ejemplo de esta afirmación, dado que es imposible no relacionarla con otros aspectos fundamentales de la sociedad o inclusive con hechos históricos, una guerra, un sistema de gobierno, un movimiento cultural.

La indumentaria expresa un estado de ánimo, una intención, un querer ser. Ese es el punto: uno puede ser lo que quiere, o al menos parecerse a ello. Lo que nos ponemos cada día expresa empatías y rechazos, ya que hasta el "no-estilo" es un estilo en sí mismo.

El imperio de lo efímero lo tomé de un libro del filósofo Gilles Lipovetsky, autor también de Los tiempos hipermodernos y La tercera Mujer. ¿Hay algo que, al menos parcialmente, no se encuentre afectado por la moda? Se pregunta él en primer lugar, para llegar a un análisis exhaustivo de la moda y los problemas para estudiarla y enmarcarla dentro de procesos sociales mayores y complejos.

Este blog, que empiezo después de haberlo pensado mucho tiempo, pretende explorar un poco la historia de la moda, junto con estudios de imagen, diseñadores, estilos.

Y hablar un poco más este "sistema", en el que me siento tan felizmente inmersa.