viernes, 8 de junio de 2007

Clasicismo + extravagancia = la clave del éxito.

Desde el momento en el que vestirme bien empezó a importarme, encontré gente que me dijo que no le daba importancia a la correcta combinación de la indumentaria, por falta de ropa. Personalmente, pienso que esa excusa no es para nada válida, y sostendré en este post que no es necesario tener mucha ropa o dinero para vestirse mejor, aún para tener estilo. Estoy convencida de que se trata simplemente de una serie de decisiones acertadas y un mínimo de buen gusto.

En este momento de mi vida, no trabajo y vivo en el exterior gracias a una beca que cubre mis gastos mínimos. Generalmente, soy mantenida por mis padres, que se ocupan de pagar absolutamente todos mis gastos. Es por ello que, en general, no cuento con demasiado dinero para dedicarme a mí misma (cosa que cambiará en breve porque no puedo tolerarlo más). Ergo, y contra lo que afirmen mis amigas, no, no tengo mucha ropa.

Sin embargo, casi nunca desespero por no tener qué ponerme, ya que intento que mis prendas más clásicas combinen entre sí, realzándolas a su vez con buenos accesorios. También tengo muchas tías que traen ropa vieja de Estados Unidos (como preciosos tapados comprados en el ejército de Salvación) y una modista amiga que siempre cuenta con telas increíbles y cantidades de prendas de otros tiempos y otros lugares.
Es fundamental tener jeans. Y, como los amigos, es preferible "pocosperobuenos". El jean clarito es horrible y engorda, así que es preferible uno azul marino recto y si se quiere uno gris, a mí me gustan los que no son muy negros. Los pantalones de gabardina o corderoy también son necesarios. En cuanto a los colores, obviamente el negro está en primer lugar, y el gris siempre es una buena opción, así como el verde inglés y el bordó. Personalmente, los marrones y los camel me parecen de vieja.
Otra cosa que no puede faltar son poleras de modal. Una blanca y una negra. Estas pueden ser combinadas de infinitas formas, se la puede usar sola, con pullóver finito, con una remera de mangas cortas encima, abajo de un vestido, etc.
Las polleras también son necesarias, aún (o sobretodo) en invierno: personalmente, prefiero las de colores neutros, de corte chanel, rectas, pueden tener algún volado o estampado sencillo.
En cuanto al calzado, siempre se necesitan zapatillas, un par de zapatitos y botas. Los últimos dos, salvo que se tenga varios pares, deben ser negros. Con las zapatillas no me voy a meter porque son muy personales. De última debo el post para hablar exclusivamente de zapatillas.
Hasta ahora hemos descripto el placard de la mujer más aburrida del mundo, pero esto puede ser engañoso: agreguemos una cartera de cuero verde benetton, un tapado a cuadros y las uñas pintadas del mismo color. Agreguemos una linda mochila y unos zapatos rojos. Ni hablar si conseguimos un prendedor con forma de corazón de la bisabuela o unas medias blancas con rayas grises.
En fin, todo es cuestión de saber buscar y ser creativo. Y evitar sobre todas las cosas los colores pastel, cuyo uso excesivo puede causar daños irreparables en el gusto (y la retina) de quienes están expuestos.

jueves, 17 de mayo de 2007

Historia del jean


En 1847, el inmigrante bávaro Levi Strauss tuvo la idea de utilizar la lona que vendía para los toldos de las carretas en la confección de pantalones para mineros y buscadores de oro californianos. Esta lona -conocida con el nombre de denim porque provenía de la ciudad francesa de Nîmes, donde se la elaboraba desde la edad media- había servido para confeccionar los pantalones de los marineros genoveses. Inspirado en estos pantalones, Levi Strauss confeccionó un pantalón resistente, de talle alto, pierna estrecha, botamanga diseñada para meterse dentro de la bota, costura doble remaches que reforzaban los lugares estratégicos.


A partir de entonces, el jean fue usado sin interrupción por los vaqueros americanos, y después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió no solo en un símbolo de la individualidad sino también en un desafío a la sociedad de consumo.


Actualmente, tanto el diseño y la imagen como la significación del jean han cambiado por completo, y lo que entonces fue una prenda barata y proletaria, se ha ido convirtiendo en objeto de diseño, marca grupal y símbolo de status. En Argentina, las marcas más caras de ropa (Rapsodia, Kosiuko, Akiabara, etc) producen y exportan pantalones de denim principalmente para mujeres. Tener acceso y hacer uso de dichas marcas implica en la mayoría de los casos no sólo una posición económica sino también una determinada afinidad socio-cultural. Sumado a ello, cada vez es mayor la diferencia de calidad y de forma entre un jean caro y uno barato. Es por lo tanto cada vez más difícil conseguir un jean accesible y a la vez ponible.


Me pregunto entonces qué pasará de aquí a cincuenta o cien años con la creación de Levi Strauss. Yo, por mi parte, pienso seguir haciendo uso de las excepciones que vaya encontrando, alternando con pantalones de gabardina o corderoy, que son tan ingleses. Y a modo de anécdota final, una amiga con visitas yanquis en alguna ciudad argentina cuenta que estos no podían creer lo que veían en las vidrieras de la que fue la primera marca registrada de ropa de la historia: "Levi´s?, tan caro??? Allá los Levi´s cuestan veinte dólares, y son ropa de gente pobre".


Pobre, claro, o tercermundista nada más.

domingo, 25 de febrero de 2007

semi-naked

Mi ropa interior no es linda.

En mi cajón suelo tener lo básico: tres o cuatro corpiños de algodón sin push-up ni nada extraño, lisos, blanco, negro, gris. Nada de breteles multicolores ni mucho menos encaje o puntillas.
Las bombachas suelen ser los conjuntos de los corpiños o cosas muy baratas compradas en el supermercado. Cero style.

Pero ahora que estoy por irme a vivir unos meses con gente desconocida, mi madre (una señora bien burguesa cuya peor pesadilla es que sus hijitas queden mal adelante de la gente por cuestiones como esta) me sugirió (o más bien me obligó) a que me compre un par de cosas decentes con tarjeta de crédito. "Porque mirá si alguien te ve recién levantada con un pijama feo".

Fue entonces que me dirigí al centro bajo la lluvia y bajo otras cosas, pensando "compre, compre que papi paga".
Y entre las cositas que me compré, las cuales no voy a detallar, una de ellas fue un pijama. No sé si alguna vez me había comprado un pijama bonito. Pienso que no. Todos eran o hechos por mi abuela o mi tía modista y regalados para Navidad o eran directamente remeras enormes sacadas vaya a saber de dónde. No sabía por donde empezar y tras probarme unos cuantos terminé llevando uno muy sencillo, rosa clarito de algodón, que es una expresión pura de feminidad. Me costó muy caro, bastante más de lo que esperaba gastar, pero igual me lo compré.
Y descubrí una cosa que sucede solo con la ropa interior bonita: el solo hecho de tenerla es un placer. Todo viene envuelto en preciosas cajas blancas con letras plateadas y papel seda que no le importa a nadie que no sea quien lo lleva. Suele ser cara, al menos si aplicamos la regla básica de costo-beneficio.
Todos los detalles son perfectos: la suavidad de las telas, las líneas de las costuras, el raso de las etiquetas, el perfume que traen impregnado.
Cambié de opinión respecto de todo este asunto: antes, cuando veía las publicidades donde hay espectaculares modelos con conjuntos carísimos, imaginaba que las chicas los compran para seducir a sus novios o amantes. Estaba equivocada. La ropa interior es, fundamentalmente, para una misma.

sábado, 24 de febrero de 2007

Imperio que no cae




El arma más poderosa de la moda es, paradójicamente, su frivolidad.

Los cambios son absolutamente superficiales: tres colores nuevos, diez centímetros más a las faldas o siete menos a los ruedos de los pantalones. Los resultados son, sin embargo, sorprendentes. La renovación es rápida y total, es captada al instante, y lo que ayer parecía ridículo hoy es de pronto "lo que hay que tener".

Se ha criticado a la moda y a la atención prestada a la indumentaria de mil maneras distintas y desde múltiples ángulos, muchas veces ridículos. Pues la moda no otra cosa que precisamente, el cambio constante, el juego con los textiles, las formas y las líneas. Pero la suma de las partes no siempre es lo mismo que el todo, y la moda es un claro ejemplo de esta afirmación, dado que es imposible no relacionarla con otros aspectos fundamentales de la sociedad o inclusive con hechos históricos, una guerra, un sistema de gobierno, un movimiento cultural.

La indumentaria expresa un estado de ánimo, una intención, un querer ser. Ese es el punto: uno puede ser lo que quiere, o al menos parecerse a ello. Lo que nos ponemos cada día expresa empatías y rechazos, ya que hasta el "no-estilo" es un estilo en sí mismo.

El imperio de lo efímero lo tomé de un libro del filósofo Gilles Lipovetsky, autor también de Los tiempos hipermodernos y La tercera Mujer. ¿Hay algo que, al menos parcialmente, no se encuentre afectado por la moda? Se pregunta él en primer lugar, para llegar a un análisis exhaustivo de la moda y los problemas para estudiarla y enmarcarla dentro de procesos sociales mayores y complejos.

Este blog, que empiezo después de haberlo pensado mucho tiempo, pretende explorar un poco la historia de la moda, junto con estudios de imagen, diseñadores, estilos.

Y hablar un poco más este "sistema", en el que me siento tan felizmente inmersa.